Insight: De la libertad hay que hacerse cargo – por Martin Litwak
Primero fue el derrumbe del Silicon Valley Bank y Signature Bank, en los Estados Unidos; despueÌs, el Credit Suisse. El uÌltimo en desplomarse fue el Deutsche Bank, el banco privado maÌs grande de Alemania y uno de los 20 mayores del mundo por manejo de activos. Los detalles de la crisis inundan la prensa estos diÌas. Por eso, hoy quiero hablar del tema desde otra arista.
En medio de estos desplomes, que retumbaron en todos los rincones del mundo y que provocaron temor en muchos paiÌses, la FED (el Sistema de la Reserva Federal) decidioÌ salir al rescate. Es decir, no cumplir con lo que cualquier institucioÌn financiera tiene como seguro baÌsico, un miÌnimo que se cubre frente a un desplome, sino hacer un salvataje. Fue la FED -equivalente al Banco Central en los Estados Unidos- lo que permitioÌ que los bancos no se hundieran definitivamente.
Mientras tanto, muchos dirigentes que dicen defender el liberalismo salieron puÌblicamente a bancar la decisioÌn de la FED bajo la justificacioÌn de "salvar al mercado": un mercado que no precisa de un Estado, de un presidente ni de un Congreso para funcionar. Lo que necesita el mercado es, justamente, libertad. Y de la libertad hay que hacerse cargo.
Quienes invierten, quienes dejan su dinero en manos de instituciones financieras para ganar maÌs dinero a partir de promesas de buenos dividendos o de suculentos intereses, saben o deberiÌan saber que estaÌn asumiendo riesgos.
En Estados Unidos existe una medida por la que, si una persona deposita hasta 250 mil doÌlares en un banco comercial, tiene garantiÌa estatal. Los depositantes conocen ese liÌmite y, en consecuencia, pueden manejar su riesgo. Si no lo hacen, no es el Estado quien tiene que responder o asumir las consecuencias. No se puede ser capitalista en las buenas y comunista en las malas. ¿Asumimos riesgos? Bien. ¿Ganamos? Mejor, auÌn. ¿Perdemos? A hacerse cargo. Son las reglas del juego.
PermiÌtanme contarles una historia para ilustrar mejor la situacioÌn: habiÌa una vez una familia de las que suele llamarse "familia tipo", con dos hijos. ViviÌan una vida tranquila, sin sobresaltos. Un diÌa, uno de los chicos –todaviÌa joven, pero con edad de tomar decisiones– armoÌ su bolso y voloÌ para hacer su propia vida. Sus padres le prestaron los pocos ahorros que teniÌan y el joven se fue.
VivioÌ durante un par de años gracias a esos ahorros: hizo de todo y en casi todo le fue bien. ConocioÌ a un hombre que dijo poder cambiarle la vida: una miÌnima inversioÌn podiÌa dar grandes resultados. El joven apostoÌ a esa empresa que al poco tiempo empezoÌ a dar sus frutos. DisfrutoÌ de esas mieles durante unos meses, pero esos frutos comenzaron a reducirse, hasta desaparecer.
El hombre que iba a cambiarle la vida no tuvo respuestas. El joven volvioÌ a su casa, donde sus padres lo esperaban con la puerta y los brazos abiertos para cuidarlo y cobijarlo. Y la pregunta que surge es si estaÌ bien lo que hicieron esos padres. Y si estaÌ bien lo que hizo ese hijo. Mi opinioÌn es que siÌ, estaÌ bien, porque los padres vamos a apoyar a nuestros hijos pase lo que pase.
Pero el Estado no es nuestro padre y no tiene por queÌ salvarnos. Quienes somos liberales en las buenas, tenemos que ser liberales en las malas.
Entonces, los que apuestan a ganar maÌs dinero confiando en instituciones financieras -que estaÌn en todo su derecho- tienen que responder a las consecuencias de sus decisiones. No el Estado que, ademaÌs, lo hace con dinero de pagadores de impuestos que no eligieron correr esos riesgos.
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